En la Estación de Recepción Migrante (ERM) de Chiriquí, Panamá, y cerca de la frontera con Costa Rica, se encuentra Loutianie Pervilus. Esta mujer haitiana, afrodescendiente de 24 años, ha tenido diferentes experiencias a lo largo de su vida como mujer migrante. 

A los 10 años migró a República Dominicana, país de origen de su madre, donde estudió un año de medicina, conoció a su esposo también haitiano, y tuvo a su primera hija, Laura, quien ahora tiene 6 años.

Nina, como le dicen de manera cariñosa sus amigos en la ERM, y quien habla de manera fluida español, portugués, francés y su natal creole haitiano, migró junto a su esposo y su hija a Brasil en 2016. Allá tuvo a su segundo hijo, Neymar, quien hoy tiene tres años.  

“Mi mamá quería que me fuera a Brasil a continuar estudiando medicina.” Y así lo hizo. Su interés por esta profesión surgió desde niña, cuando una prima suya sufrió una infección severa. “Era muy difícil para ella. Yo veía cómo sufría. En ese momento decidí estudiar ginecología para ayudar a otras mujeres.” 

Además de estudiar en Brasil, trabajaba como mucama en un hotel y también atendía en un salón de belleza. “Yo sé peinar, sé hacer las uñas, todo eso sé hacer”, cuenta con entusiasmo. Hace unas semanas le enseñó a un grupo de mujeres migrantes nicaragüenses a hacerse trenzas, como parte de las actividades psicosociales, de intercambio cultural y de atención de salud primaria que se iniciaron en la Estación de Recepción Migratoria (ERM) de Los Planes de Gualaca, provincia de Chiriquí. 

Con la promesa de un mayor acceso a medicamentos y una mejor educación para sus niños, junto a su esposo decidieron dejar atrás su vida en Brasil y migrar a Canadá. “Para una persona que tiene hijos, los quieres criar muy bien,” dice Nina. El 16 de agosto de 2020 la familia salió de Brasil. Desde entonces sus hijos no han podido asistir a la escuela. 

Viajaron en carretera por Guyana Francesa, Bolivia, Perú y Ecuador. En Colombia tomaron un bote que los llevó hasta la frontera con Panamá, donde se enfrentaron al Tapón del Darién, una de las rutas migratorias más peligrosas de la región, donde se han reportado casos de abusos sexuales de mujeres y niñas. 

“Caminar siete días por la selva con niños chiquitos es muy difícil. Nos robaron dinero, comida, la leche de Neymar, los pañales.” Finalmente, llegaron a la ERM en Chiriquí el 7 de octubre de 2021, donde viven en una cabaña con otra familia. Desde entonces se mantienen allí por falta de dinero para seguir el trayecto hasta su destino final.  

Laura y Neymar, los hijos de Nina, no asisten a la escuela desde que salieron de Brasil en agosto de 2021. Actualmente viven en la ERM de Los Planes de Gualaca en Chiriquí y pasan sus días jugando con los otros niños ahí. Foto: OIM / José Espinosa Bilgray

La historia de Nina la comparten miles de mujeres haitianas que han abandonado su país por diversos factores y brechas de atención como la inseguridad, la falta de empleo, las crisis políticas, las catástrofes naturales y ambientales, la violencia generalizada en especial  la violencia de género.  

Nina no considera retornar a Haití, por lo menos en este momento. Por el contrario, desea encontrar un trabajo en Panamá que le permita ahorrar algo de dinero para continuar su viaje hacia el norte. “Yo no soy pretenciosa, yo puedo trabajar en cualquier cosa. Mi esposo es mecánico, él también puede trabajar.”  

Los medios de vida, más allá de la regularización 

Acceder a medios de vida y subsistencia es una necesidad no solo de Nina, sino de la gran mayoría de mujeres migrantes haitianas. Roseni Royal, por ejemplo, quien vive en República Dominicana desde hace 15 años, ha visto en su regularización migratoria la posibilidad de trabajar y brindar mejores condiciones de vida a su familia. 

Esta madre de dos hijos, una joven de 18 años que aún vive en Haití y otro de 13 que vive con ella en Santo Domingo, logró regularizar su situación migratoria obteniendo sus documentos después de casi una década. “Estuve 9 años aquí trabajando. Vino el proceso de documentos (el Plan Nacional de Regularización de Extranjeros) gracias a Dios puedo decir que tengo mi pasaporte y cuando llegó el plan… gracias a Dios y a MUDHA (Organización civil de Mujeres Domínico - Haitianas) yo ya tengo mis documentos”. 

Hoy en día, Rosenie vende aguacates, frutas y hortalizas con una carretilla con la que va casa por casa. Hay que ser fuerte para empujar la pesada carretilla bajo el sol del Caribe, pero lo asume con fortaleza. “Por lo menos no los cargo en la cabeza” dice. No tuvo acceso a una educación formal, pero se las ha arreglado para hablar un español muy fluido, tener su propia casa y sacar adelante a su familia. 

La regularización del estatus migratorio ha sido importante para ella no solo porque le ha permitido trabajar de manera legal. También ha podido acceder a otros servicios como la seguridad social o la salud. “Ahí es cuando uno tiene la posibilidad, porque la persona indocumentada en la calle anda asustada, anda huyendo, cualquier cosa tiene que salir huyendo… pero cuando tú tienes documentos, tú andas con algo que identifica quien soy, Ud. vive más feliz, sabiendo que en cualquier momento que lleguen, me paren, inmediatamente que yo enseñe mi documento me puedo quedar”. 

Con su determinación y un status regular en República Dominicana, Roseni Royal ha mejorado las condiciones de su familia en Haití y en su país de acogida. Foto: OIM / Zinnia Martínez

Mujeres migrantes, mujeres activistas 

La regularización migratoria es uno de los varios desafíos que enfrentan las personas migrantes al llegar al país de acogida. No obstante, existen también barreras culturales y lingüísticas, y dificultad para acceder a servicios básicos y de salud. Esta idea la comparten Jessica y Jess Valcin, dos hermanas gemelas de Haití que llegaron a Tijuana, México, en 2017 y desde entonces apoyan el albergue Espacio Migrante, como líderes de la comunidad haitiana. 

Estas hermanas, que actualmente estudian licenciatura en psicología, brindan asistencia a otras personas haitianas para aprender el español, acceder a información sobre asuntos migratorios y servicios, además de distribuir alimentos y artículos de primera necesidad. Ellas conocen de primera mano las necesidades y desafíos que enfrentan las personas migrantes, y las mujeres en particular, al llegar a un país de acogida. 

“Ser una mujer migrante afrodescendiente es difícil, pues te dicen literalmente en tu cara, que nunca he visto una persona de tu color. Te tocan … en el sub por ejemplo te dicen, es que tú eres muy bella, por qué no te casas. Te sientes un poco incómoda … porqué tú eres migrante, no eres parte de la comunidad”, afirma Jessica. Su hermana Jess también recuerda haber vivido este tipo de acosos.

Sus diferentes experiencias como mujeres migrantes han motivado a las hermanas Valcin a participar en diferentes iniciativas culturales para informar a las personas migrantes y combatir la discriminación. Han participado en la telenovela migrante "Maestra, veterinaria, astronauta", en el Festival Miradas Fronterizas y en la celebración del Día Nacional de Haití. 

Jessica y Jess Valcin son hermanas gemelas nacidas en Haití. Llegaron a Tijuana, México, en 2017 y desde entonces apoyan el albergue Espacio Migrante, como líderes de la comunidad haitiana. Foto: OIM / Alejandro Cartagena.

“Lo que hacemos es dar a conocer los derechos que tienen las personas como migrantes, derecho a la educación, derecho a la salud y diferentes servicios a los que pueden acceder al tener una credencial por razones humanitarias. Primero les ayudamos con el idioma y conocer cuáles son las metas que tienen”, afirma Jess Valcin. 

El trabajo realizado por estas hermanas haitianas demuestra la importancia que tienen las organizaciones sociales y comunitarias dentro del proceso de integración de las personas migrantes en los países de acogida. Además de brindar acompañamiento y asesoría en temas relacionados con la defensa y protección de sus derechos, las redes de apoyo pueden brindar asesoría a las personas para que migren de forma segura.  

Jess y su hermana Jessica, por ejemplo, brindan acompañamiento a las personas migrantes haitianas que desean cruzar la frontera de México con Estados Unidos. “Algunas personas cuando quieren cruzar (la frontera hacia Estados Unidos), sabemos que el proceso es totalmente gratuito, y siempre lo que decimos es buscar si la organización, que te va a cruzar, es 100% de ley y no vas a tener problemas más adelante. Si me lo decís, de mi parte yo voy a investigar si está bien o no está bien”, afirma Jessica. 

Una labor similar, pero en el estado de Florida, Estados Unidos, realiza Gepsie M. Metellus. Ella migró a los Estados Unidos en la década de los sesentas junto a su familia, como consecuencia de la crisis política y social que vivía su país. Ahora trabaja a favor de la integración de la comunidad haitiana en el sur de la Florida, a través de la organización “Centro de Vecinos de Haití, Sant La”, de la cual es directora. 

Gepsie Metellus trabaja a favor de la integración de la comunidad haitiana en el sur de la Florida a través de la organización “Centro de Vecinos de Haití, Sant La”, de la cual es directora. Foto: Archivo particular.

Gepsie vivió en carne propia la discriminación por su condición de mujer migrante. “Mi familia migró hacía Nueva York hacía finales de la década de los sesentas, por la dictadura que vivía Haití en ese momento. (…) Recuerdo que en la escuela todos los días sufría de discriminación e intimidación. Incluso, fui agredida físicamente en varias oportunidades.  Yo le decía a mi mamá que no quería volver a la escuela, mis compañeros se burlaban de mí por la forma de vestir, por la forma de hablar. Yo tan solo tenía 12 años”, afirma Metellus.  

A pesar de la discriminación de la cual fue víctima, Gepsie ha pasado las últimas dos décadas trabajando en pro de los derechos de las mujeres y de la población migrante haitiana. 

Las historias de vida de Nina, Rosenie, las hermanas Valcín y Metellus, muestran el poder transformador que tienen las mujeres migrantes. Sus experiencias, muchas veces mediadas por la discriminación, el abuso y la violencia, se han constituido en catalizadores para que sean las mujeres líderes y activistas que son hoy en día.   

Con su labor, estas mujeres contribuyen no solo a la garantía y pleno ejercicio de los derechos de las mujeres y personas migrantes, sino también a la construcción de sociedades más justas e igualitarias.  

 

Escrito por Carlos Escobar con la colaboración de Zinnia Martínez (República Dominicana), José Espinosa Bilgray (Panamá), Juan Manuel Ramírez (México) y Lerato Kale (EEUU).

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